Por Jonah Dratfield
Traducido por Nicholas Remillard
Editado por Celia Rodríguez-Tejuca
Asistí a una escuela primaria judía, pero nunca me consideré religioso. Incluso desde una edad muy temprana, la teología no tenía sentido para mí. ¿Como podía Dios haberse creado a sí mismo de la nada? ¿Por qué no había dinosaurios en el arca de Noé? Mientras crecía, me mantuve escéptico. Aunque no me consideraba ateo, la mitología de la religión no parecía tener
ninguna pertinencia en el mundo donde vivía. La religión era pertinente, pero solo en la medida en que causaba conflictos políticos y globales. La religión misma era una desafortunada reliquia del pasado.
Todavía no me considero religioso, pero desde ese tiempo he llegado a tener a una mejor comprensión de la religión y me he dado cuenta de que la tradición religiosa sí importa. La gente religiosa es más feliz que la gente sin religión y darle el crédito de esa felicidad a una ilusión es una salida intelectual. La religión le permite a la gente resolver aspectos de sus vidas que personas sin religión encuentran difíciles de solucionar. No necesitamos endosar la religión o abstenernos de criticarla para aplicar estos principios en la vida secular.
La religión puede hacer a la gente más feliz porque les ofrece tiempo y espacio para reflexionar sobre preguntas fundamentales y sin respuestas de la vida. Preguntas sobre el sentido de vivir, de
morir, de amar, de sufrir y de crecer. La religión no es catártica porque dé respuestas a estas preguntas sin solución; es catártica porque obliga a gente a preguntárselas. En un sentido similar, la espiritualidad genuina no proporciona falsa seguridad; reconoce la inseguridad. El mitólogo comparativo Joseph Campbell lo entendió bien. Explicó que la mayoría de las personas no busca
el significado de la vida, pero la experiencia de sentirse vivo. La acción de discutir y reflexionar sobre la vida nos permite tener esta experiencia, incluso cuando estas discusiones puedan parecer inútiles. De una manera inexplicable, este compromiso nos permite darle sentido a nuestra vida. Necesitamos más de este tipo de compromiso.
Hoy día cuantificamos mucho nuestras experiencias, pero no participamos en ellas concienzudamente. Podemos atravesar el mundo en un día, pero quedarnos desconectados de los lugares por los que viajamos. Podemos comunicarnos con miles de personas de una vez, pero sentirnos más alienados. Podemos acceder a millones de obras artísticas, pero las usamos para distraernos. Estos mecanismos del mundo moderno no son en esencia malos, pero la manera en que los usamos refleja un déficit espiritual. Mucha de la tecnología moderna es vista como caminos a la felicidad cuando en realidad son caminos para eludir el dolor.
A veces es el dolor del aburrimiento, el dolor de la soledad o el dolor de la introspección. Necesitamos ser escépticos de la tendencia constante de eludir el dolor y la incomodidad. Como mismo necesitamos reconocer la incertidumbre para encontrar significados; necesitamos reconocer y experimentar dolor para sentir alegría. Sentir dolor no es el opuesto de sentir felicidad; es una parte intrínseca.
Si bien no necesitamos de la religión para reflexionar y comprometernos con nuestras vidas de una manera significativa, sin ella la mayoría de las personas no lo podemos lograr. Lo que la
gente sin religión puede aprender de la gente religiosa es que es imperativo proporcionarnos oportunidades para hacerlo. Este tipo de meditación se puede lograr escribiendo, discutiendo con amigos, viajando —también viendo películas. La espiritualidad se puede manifestar en infinitas maneras. En realidad, la religión organizada quizás no es la manera ideal para participar en este
tipo de contemplación, considerando la miríada de conflictos que causa. Mientras mucha gente amable y atenta es muy religiosa, demasiada gente usa la religión para justificar una ilusión, la
intolerancia y la violencia. Además, la religión no siempre involucra el tipo de introspección que describí. La religión puede existir sin espiritualidad, como la espiritualidad puede existir sin
religión.
La espiritualidad verdadera no es opuesta al pensamiento intelectual, está inextricablemente entrelazada con él. No tiene sentido entender el mundo si no ves un propósito en vivir en él.
Tampoco tiene sentido mantener una creencia si esa creencia es falsa. El pensamiento intelectual auténtico involucra espiritualidad y la espiritualidad auténtica involucra pensamiento intelectual.
Esto lo que Albert Einstein quería decir cuando dijo: “la ciencia sin religión es aburrida y la religión sin la ciencia es ciega”. La intelectualidad y el compromiso espiritual tratan sobre buscar
respuestas. Tratan sobre la búsqueda de la lógica, la belleza y la realización tanto personal como de nuestro mundo. Y, como las películas más típicas de Hollywood nos dicen, los viajes no son
el destino, sino las cosas que descubrirmos mientras viajamos. No necesitamos la religión, pero sí necesitamos reconocer el significado de la vida dentro de lo inconmensurable. Para vivir bien, necesitamos valorar las cosas que no podemos entender completamente. Estas cosas incluyen las relaciones con otras personas, nuestras conexiones con la naturaleza y nuestras percepciones de lo sublime. Sobre todo, incluye la experiencia singular que cada uno de nosotros tenemos de qué significa sentirnos vivos. Para parafrasear a Joseph Campbell, la vida en frente de ti no debe ser clara. Si es clara, no es tu vida, sino la vida de alguien más. Tu vida la haces cada día.
Jonah Dratfield es un columnista del Collegian y se puede contactar a través de su correo electrónico [email protected].