Para el editor:
El Massachusetts Daily Collegian publicó recientemente una columna de Bhavya Pant titulada “El posmodernismo y la corrupción ideológica de las humanidades”. Quisiera discutir algunos de los puntos planteados por el autor sobre si el posmodernismo representa una amenaza legítima para las universidades.
Primero, estoy de acuerdo en que la crítica al posmodernismo es legítima. Su enfoque en el relativismo y su negación de su verdadero objetivo son ciertamente preocupantes y debe estar sujeto a un escrutinio intenso. Sus representaciones de la ciencia también son preocupantes a veces. Como fenómeno cultural, el filósofo Fredric Jameson describe el arte posmodernista como una parodia poco imaginativa que refleja su “encarcelamiento en el pasado”. El posmodernismo no solo no es progresivo sino que en realidad, es bastante reaccionario porque su aceptación de todas las narrativas empodera a los élites conservadores en vez de quitarles poder. Por lo tanto, la posmodernidad nunca puede ser un vehículo para la verdadera igualdad social.
Sin embargo, ¿es la posmodernidad como una boa constrictor que envuelve estrechamente y asfixia a la academia? En un ensayo titulado, “El problema con la macroeconomía”, el economista ganador del Premio Nobel Paul Romer destaca algunas de las suposiciones extraordinarias que se hacen en los modelos macroeconómicos. Aunque los artículos de Pluckrose y sus coautores son muy coloridos en sus análisis y conclusiones, no son menos locos que las proyecciones hechas por los modelos macroeconómicos. El libro de Lee Smolin, “El problema con la física”, en el que se basa el título del ensayo de Romer, señala la falta de innovación en las últimas décadas dentro del tema, especialmente entre los teóricos de cuerdas. ¿Son los problemas en estos temas culpa del posmodernismo?
Los problemas académicos actual no se deben al posmodernismo, sino a otra palabra: poder. Tomemos, por ejemplo, el Mercatus Center en la Universidad George Mason. El Mercatus Center es un grupo de expertos que está estrechamente asociado con el departamento económico de George Mason. Durante décadas, multimillonarios como Charles y David Koch han financiado en gran medida el Centro Mercatus. A cambio, estos donantes pudieron influir sobre quiénes podrían unirse al “think tank” e incluso quiénes serían contratados como profesores en la Universidad. Luego, los empleados realizan investigaciones que beneficiarían en gran medida los intereses de los donantes, incluso si sus publicaciones fueran intencionalmente engañosas.
Por lo tanto, la mayor crisis que enfrentan los departamentos académicos no es la influencia de algún fenómeno filosófico, sino su sumisión a las élites. Mientras las investigaciones sigan una determinada línea (no importa cuán fatua sea la metodología o las conclusiones), desafortunadamente, como el modelo geocéntrico de Ptolomeo del universo, ¡no podremos superar esto durante 1,000 años!
Finalmente, quisiera referirme brevemente a los comentarios del autor sobre “ser blanco”. Puedo decir con una certeza del 100 por ciento, y espero que con cero controversia, que la supremacía blanca existe desde antes del posmodernismo. La supremacía blanca en su forma explícitas e institucional está integrada no solo en los Estados Unidos, sino en el mundo. Como W.E.B. Du Bois escribió en 1920: “El descubrimiento de la blancura personal entre los pueblos del mundo es algo muy moderno”. La “blancura”, como debe entenderse hoy, se basa en las ventajas (privilegios) que existen. El simple hecho de reconocerlos no es un acto de cobardía ante la supuesta nube del posmodernismo, sino una observación precisa y necesaria de la sociedad actual.
Jon Blum
UMass 2021
Adrelys Mateo Santana es traductora de español para el Collegian y puede ser contactada a través de su correo electrónico [email protected].
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