En su libro más reciente, “Enlightenment Now,” Steven Pinker habla sobre el increíble progreso de la especie humana en el siglo 20. La viruela, que mató a más de 300 millones de personas, fue completamente erradicada en 1977 gracias al descubrimiento de la vacuna para la viruela. Desde el 2000, unas 20.4 millones de vidas han sido salvadas gracias a la vacuna contra el sarampión. La práctica de inmunización y control de infección han llevado de manera similar a una disminución continua de muertes infantiles por el polio, VIH, malaria y ébola.
Pero el hombre no es nada sino es predispuesto a la arrogancia. El estado de Washington recientemente declaró una emergencia en medio de un brote de sarampión en el Condado de Clark donde, hasta ahora, 59 personas han sido diagnosticadas con esta enfermedad evitable. De estas, 52 personas no estaban inmunizadas, una persona sí lo estaba, y una fue hospitalizada. Oficiales de salud pública reportaron que 45 de estos casos ocurrieron en niños menores de 10 años.
Así que, ¿cómo es que llegamos aquí? La verdad es que hay una historia de desinformación detrás del movimiento anti-vacunas. En 1974, el neurólogo pediátrico John Wilson publicó un artículo en el “Archives of Disease in Childhood“ (Archivos de enfermedad en la infancia) diciendo que la vacuna contra la difteria-tétanos-tos ferina (DTP) causó que 50 niños en un hospital de Londres sufrieran ceguera, parálisis y discapacidades mentales. El estudio causó olas en los medios y en 1982, NBC emitió un especial de una hora titulado DTP: Vaccine Roulette (ruleta de vacunas), mostrando imágenes de niños con brazos y piernas marchitados. Pronto, grupos de apoyo anti-vacunas nacieron, y los padres evitaron la vacuna contra el pertussis, resultando en brotes masivos. En la siguiente década, no menos de 14 estudios desacreditaron el reclamo original de Wilson y encontraron que los niños que Thompson describía muy probablemente tenían un desorden genético caracterizado por convulsiones tempranas y atrasos de desarrollo severos.
A pesar de eso, la noción de que las vacunas causan daños se quedó engranada en la mente del público. El miedo fue catalizado aún más por Andrew Wakefield en 1998, cuando publicó un estudio en el diario ¨The Lancet¨ diciendo que la vacuna combinada contra el sarampión, las paperas y la rubéola (MMR) causaba autismo. Consecuentemente, muchos padres decidieron no vacunar a sus hijos. Diecisiete estudios posteriores realizados en siete países en tres continentes no encontraron ninguna conexión entre el autismo y la vacuna MMR. Adicionalmente, se reveló que Andrew Wakefield había tergiversado datos clínicos y recibido dinero a través de un abogado de lesiones personales para lavar sus reclamos legales en una revista médica. Wakefield fue despojado de su licencia médica y en 2004, ¨The Lancet¨ retractó el artículo.Y aun así, la preocupación de que las vacunas causan autismo continúa persistiendo en la sociedad. Como Pinker dice, ¨Las vacunas son una de las mejores cosas que nuestra lastimosa especie ha logrado jamás. Pero el lazo con el autismo es La Mentira que Nunca Muere.¨
Esto nos trae de vuelta a Clark County, donde se han hallado 4,881 estudiantes sin inmunizar debido a que sus padres citan ¨exenciones personales.¨ Y mientras todavía hay esperanza de anular la malinformación, no me puedo referir a las motivaciones religiosas. Existe una exención filosófica que amerita atención – la protección de la libertad individual y el miedo de la extralimitación gubernamental. En la superficie, este argumento parece razonable, ya que el gobierno no tiene por qué dictar qué sustancias consume o se inyecta un individuo. Sin embargo, lo que separa la exención de las vacunas de, por ejemplo, el pedido a la legalización de la marihuana es el concepto del daño externo. Milton Friedman expone argumentos en contra de las regulaciones de seguridad de autos, como las que obligan el uso de cinturones de seguridad, bajo el fundamento de que a diferencia de las provisiones que protegen al conductor y a terceros (como los semáforos), no usar cinturones de seguridad es una amenaza únicamente para el conductor y aunque tonto, no debería ser más ilegal que cometer suicidio.
Simpatético como soy a la lógica de Friedman, las vacunas no operan de la misma manera. Para poder prevenir la propagación de enfermedades contagiosas dentro de una comunidad, una proporción suficiente de individuos dentro de esa comunidad necesita ser vacunado. Para el sarampión, este umbral de ¨inmunidad en manada¨ es alcanzada cuando 93 al 95 por ciento de la población es vacunada. Solo ahí es cuando los infantes que son demasiado jóvenes para ser vacunados y aquellos con problemas del sistema inmune pueden ser lo suficientemente protegidos. Según el American College of Physicians, alrededor de 10 millones de personas en América tienen problemas con su sistema inmune sin tener la culpa. Así que, al elegir renunciar a las vacunas, los individuos ponen en riesgo las vidas de aquellos que son dependientes de la inmunidad en manada. El ejercicio de la libertad personal de un individuo diréctamente invade la del otro.
Desde 1924, las vacunas han prevenido 103 millones de casos de polio, sarampión, rubéola, paperas, hepatitis A, difteria y tos ferina. Tal vez esto ha dado un sentido falso de seguridad a algunos. Como Sam Harris ha notado astutamente, ¨la única razón por la que los ‘anti-vaxxers’ están en una posición de entretener la posibilidad de no inmunizar a sus hijos es que todavía hay mucha inmunidad en manada. Esta gente no puede esperar razonablemente que todos dejen de usar vacunas — a menos que esperen volver a un mundo donde la gente queda paralizada por el polio porque le dieron la mano a otra persona.¨ Como era de esperar, a raíz del brote en Washington, órdenes para vacunas contra el sarampión en el Condado de Clark han subido de 530 dosis en el enero anterior a 3,150 el mes pasado.
En “On Liberty”, John Stuart Mill dijo “que el único propósito en el que el poder puede ser ejercido legítimamente sobre cualquier miembro de una comunidad civilizada, en contra de su voluntad, es para prevenir el daño a otros.” Hasta que sea posible para que individuos sin vacunarse puedan conducir sus vidas en aislamiento, las vacunas son un área que amerita regulación. Yevgeniy Feyman del Manhattan Institute expone este punto de manera convincente que “Los padres tienen el derecho de decidir si vacunar o no a sus propios hijos. Pero no tienen el derecho de jugar a la ruleta rusa con la salud de otros niños.”
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